domingo, 18 de agosto de 2013

Capítulo 1: Luz.

Un increíble destello se había presentado ante mis ojos. No sabría cómo describirlo, pues parecía ser casi celestial; una mancha clara en medio de aquel oscuro ambiente, el blanco entre tanto negro. Simplemente, era hermoso. Era lamentable decir que yo no estaba allí, no podía acercarme a tan milagroso esplendor, no podía descubrir de dónde venía o porqué. Yo no estaba allí. Yo tan solo me encontraba encerrado en la parte oscura. Estaba perdido en el yang y aquella belleza se encontraba en el ying. Pero yo quería ir… No podía distinguir dónde me encontraba, pues la predominante mancha negra oscurecía todo a su paso, al punto en que nada podía verse.
Y tal y como apareció, la luz se esfumó en un parpadeo. Aquel horrible y monótono tono negro volvió a invadir todo mi campo de visión, dejándome allí, solitario nuevamente en el vacío.
¿Porqué no corrí hacia el?... La misma pregunta era repetida una y otra vez en mi cabeza, mientras intentaba moverme, descubriendo así lo inútil que era dedicar tiempo a un acto como tal. Una fría y dura fuerza me aferraba a mi actual ubicación. Por más que intentaba e intentaba moverme, era imposible, pues no lograba más que ganar un punzante dolor en mis extremidades. Comencé a jadear, mientras por alguna razón una materia líquida y cálida salía de mis ojos. Y yo no podía saber qué era, siendo que no podía ver nada… pero no paraba de salir. Quería gritar, pero mi voz no se atrevía a presentarse. Comencé a jadear, reconociendo que ni siquiera podía caer al piso mientras me encontrase aferrado a aquello que me impedía moverme. Un “Por favor” apareció en susurros por mi mente, sin saber yo de quien se trataba. Mordí mi labio inferior, hasta que comenzó a desprender un líquido de donde lo estaba mordiendo, acompañado de un terrible dolor. Sangraba, lloraba, y el dueño de aquella voz que suplicaba ayuda, era yo.
Dejé de esforzarme, me rendí. Por mas que me librara de ese algo que me retenía donde estaba, todo sería igual; negro. No había caso en esforzarse en algo para nada, si el resultado sería igual a la actualidad. ¿Para qué correr en la monotonía? Sería como ir en círculos…
No podía saber porqué, pero en ese momento, podía sentir sobre mí una hermosa calidez quitando poco a poco el helado clima. Mis cerrados ojos llenos de lágrimas se atrevieron a abrirse, mientras observaba perplejo aquel hecho… Ella había vuelto a buscarme. La luz estaba en frente mío. Mi rostro inexpresivo no pudo evitar mostrar sorpresa, cuando una bella y melodiosa voz pronunciaba las palabras “No te rindas”, y me permitía observar con su esplendor, que aquello que me impedía el movimiento eran unas oxidadas cadenas repletas de mi sangre. –Ya me he rendido – Le respondí, cuando por más que era un brillo sin rostro, podía percatarme de que había tristeza en ella. Una nueva lágrima cayó de mi ojo derecho, recorriendo mi rostro mientras en un abrir y serrar de ojos… ya se había ido. La monotonía se apoderó del lugar otra vez, pero una diferencia se había presentado, y sólo yo podía verla… Aquel frío peso en mis extremidades había desaparecido, pues las cadenas ya no estaban allí.
Pero yo no quería correr, pues sabía que lo que me esperaba era igual a lo que había presenciado hasta ahora… negro. Mis piernas ardían, al igual que todo aquello que había sido envuelto por ese material que me tenía cautivo. No corrí, pero sí caí. Simplemente, mis piernas no se movieron; se mantuvieron quietas, pero al no tener fuerzas casi ni para respirar, no pude hacer mas que dejarme caer en el frío piso, chocando con lo que parecía otro líquido más. Era cálido…
Abrí mis ojos, horrorizado, notando dos colores aparte de la acromática oscuridad. Yo era gris. Podía notar mis manos, no tenían color, no tenían nada. Pero eso no era precisamente lo que me inquietaba… El segundo color manchaba todo el piso, siendo aquel perteneciente al líquido con el que había chocado a caer.
Carmesí. El carmesí de la sangre resaltaba en todo el ambiente, y yo estaba manchado en el. No era mi sangre, pues mis heridas habían desaparecido de alguna forma. Me estaba moviendo, leve, muy levemente; temblaba. Los respiros comenzaron a hacerse más fuertes y apresurados, saliendo unos atolondrados jadeos de mi boca. Quería levantarme de allí, salir corriendo, huir… pero no podía, no tenía fuerza. Mis ojos no obedecían a mi orden de cerrarse, se mantenían abiertos, mezclando su rojizo tono con el de la sangre, reflejando en ellos la grotesca escena, e impidiéndome dejar de verla.
Y entonces, dejé de sentirlos. Aquellos golpes constantes en mi pecho, la calidez que recorría mis venas… mi cuerpo no recibía el aire que aspiraba, ni me permitía liberar el que tenía retenido. Los jadeos habían desaparecido, aunque la presión los requería. El dolor punzante en mi cuerpo se esfumó, así como todo lo que pudiera sentir tanto física como mentalmente. Y al fin, mis ojos comenzaron a cerrarse, aunque esta vez, no quería que lo hicieran. Mis gritos, las súplicas de ayuda que quería dar, aunque supiera que a nadie llegaría, no se dignaron a salir de mi boca. “¿Esto es la muerte?” Pensé con amargura, mientras todo acababa, cerrando mis ojos para nunca volver a abrirlos…

Fin del sueño.

Abrí mis ojos nuevamente, sin más que sorpresa en ellos. Parece que sólo era un sueño, después de todo. Miré con desgana mi alrededor, notando que me encontraba en una camilla.  A diferencia de aquella ilusión que había llegado en mis sueños, podía divisar que todas las paredes eran completamente blancas, sin ningún detalle mas que un vidrio polarizado, que seguramente llevaba a una gran cantidad de científicos observando del otro lado. Ya no estaba manchado de sangre, sino que me encontraba completamente impecable. Todo era tan blanco que me desagradaba. –Comienza el experimento número 35; Umbraquinesis. – Dijo una voz proveniente de la ventana de vidrios polarizados, mientras lo que parecían unos láseres me indicaban lo que tenía que hacer y dónde. Parecía ser que debía apartar las partículas de luz de los rincones de la cuadrada habitación. Prensé los puños, observando uno de los rincones, mientras la monótona imagen negra de mi sueño se atrevía a pasar por mi mente. Si todo se oscurecía, ¿acabaría de esa forma? Mordí mi labio inferior con todas mis fuerzas ante la presión, dejando pasar por mi mente la grotesca escena final, el mismo rojo que llevaban mis ojos ocupaba mi mente en ese momento.
Me abracé a mi mismo, intentando contener mi temblor constante, pues no podía negarlo… le tenía miedo a morir. ¿Pero qué esperaban? Si un niño tiene un sueño que podría llegar a tratarse de clarividencia, lo mas común es que tema, y mucho.
Como si fuera poco, pude escuchar a la voz al mando decir que me apurara, pues no estaban allí para verme traumarme sin razón. Respiré con pesadez, mientras los temblores se iban poco a poco, y daba cortos y lentos pasos hacia uno de los rincones. –Para ahí. Queremos que lo hagas a larga distancia. – Me dijo, logrando que pare el paso en seco en ese mismo instante. Tragué saliva, para luego cerrar mis ojos en un intento de lograr mas concentración, cosa que no sirvió del todo. No importaba en realidad, no necesitaba concentrarme. Era natural para mi.
Me dediqué a hacer mas complejo mi campo de vista, observando con detenimiento hasta el más mínimo detalle, olvidando la existencia del entorno que me rodeaba. A mi alrededor, solo habían millones y millones de partículas, y entre ellas, las que conformaban lo conocido como luz. Aun si aquello que había visto hubiese sido una premonición, estaba dispuesto a enfrentarla, no me importaba del todo si se cumplía en realidad. La muerte era tal vez, la única salvación para alguien como yo, de lo conocido como realidad.
Y sin dar mas preámbulos, comencé a apartar partícula por partícula, con cuidado de no arrastrar con estas alguna que no debía. Poco a poco, la luz iba desapareciendo del sector, logrando así que el color negro de apodere por completo de aquel rincón que en algún momento fue blanco.
Cerré mis ojos unos segundos luego, para finalmente abrirlos y contemplar la oscuridad absoluta, concentrada en aquel rincón. No pude evitarlo, y tan solo dejé que en mi rostro se dibujara una empalagosa y amplia sonrisa, digna de un niño, para luego mirar con todo el entusiasmo del mundo los vidrios polarizados. – ¡Lo hice, lo hice, señor! – Grité con felicidad, en festejo de aquella hazaña que hoy diría, es muy simple. Mas aun así, no recibí más que una fría respuesta de su parte; – Aun te faltan los otros siete rincones, mocoso. – Me reprochó, haciendo así que mi sonrisa desaparezca, bajando la mirada. Lo cierto era que, en ese momento, quería al menos alguna felicitación, aunque esta sólo dijera “No lo has hecho mal”. Vamos, sabemos que eso es muy mediocre, pero como ya he dicho, era un niño. Y como todo infante, me ilusioné con que si terminaba el trabajo por completo, tal vez sí sería reconocido. Tonto, ¿no?...
Repetí mi primera acción con uno de los rincones, removiendo una por una las partículas de luz que encontrara, y posiblemente también de alguna forma, las que no. Comenzó a darme una migraña insoportable, haciendo un tanto mas torpes mis acciones en el tercer rincón, y sin saber cómo, había acabado por dejar un punto verde en la pared mientras apartaba lo que debía. Fue un movimiento torpe, sin duda. Aunque en realidad, nadie mas que yo pudo notarlo en el momento, siendo que en ese instante ya no había mas que negro en ese fragmento de mi campo de visión.
Podía notarse a la legua mi apuro, cosa que seguramente, esos científicos aun deben estar preguntándose porqué. Ya no recuerdo si era por el hecho de que me dolía la cabeza horriblemente y quería que esto acabe pronto, o si deseaba algún reconocimiento lo antes posible. Posiblemente, se trataba de ambas.
Cerré mis ojos esta vez, para poder visualizar con tranquilidad todo lo que me rodeaba, incluyendo así también los rincones que se encontraban ubicados por detrás. Un poco mas de cuidado, para saber también dónde se encontraba cada una de las diminutas partículas de luz allí presentes. Con tanta concentración, incluso podía ver los átomos que las conformaban. Las arrastré a todas hacia el centro de la habitación, lenta y tediosamente, con cuidado de hacer perfecto el trabajo. No quería que hubiese ninguna falla, ya que si no era impecable, era imposible que ellos demostrasen al menos una pisca de orgullo por mi. Quería sorprenderlos. Abrí mis ojos con lentitud, contemplando la casi cegadora luz que me rodeaba, pero se apartaba sin más de los rincones de la habitación, haciendo así que mi trabajo se completase como debía. No se si era por el inminente destello a mi alrededor, pero para mis ojos, no había mas que negro en esos rincones.
Coloqué mi mano derecha sobre mi frente, apoyando en la cabeza mi dedo meñique, y dejando al aire el resto de la mano, en un intento de disminuir la luz en mi campo de visión, cuando dirigía la mirada al vidrio polarizado, con una sonrisa triunfal en el rostro, esperando respuesta. – Experimento número 35 finalizado con éxito. Es todo por hoy. – Dijo la voz con un tono frío e insensible, acabando con todo rastro de sonrisa en mi expresión. En ese tiempo, estoy seguro de que no me habría quejado, pero sí puedo afirmar que me encontraba bastante desilusionado. Aun si hubiese intentado hacer algo, no habría llegado a tiempo, pues pude sentir un punzante dolor recorrer todo mi cuerpo. Se sentía como recibir un millón de golpes, o como si me tiraran piedras por dentro de mi piel. Mis puños comenzaban a cerrarse, y mis ojos no podían hacer mas que abrirse como platos sin mi consentimiento. Podía divisar que era envuelto por lo que parecían ser diminutos y casi invisibles rayos. No hay porqué sorprenderse, estaba acostumbrado a ser electrocutado luego de los experimentos.
Nuevamente, todo se hizo negro. El dolor desapareció, junto con todos mis pensamientos en ese instante. Podía ver en la lejanía, aquella luz que se presentó en mi anterior sueño, pronunciando unas palabras que lograron crear una gran sonrisa en mi rostro, antes de volver a cerrar mis ojos.
Y abrirlos otra vez. Me encontraba una vez mas, en aquella deteriorada celda llena de humedad por doquier. Lo único que podría describirse como limpio en ese lugar, eran los barrotes, de un color plata, brillantes y llamativos. Demasiado para la celda de un conejillo de indias, a mi parecer. El suelo se encontraba lleno de tierra, al igual que las paredes, y debo asumir que la única razón por la que no habían ratas era porque los dueños del edificio eran fóbicos a estos. Me senté en el frío piso, abrazando mis piernas y apoyando mi pera en las rodillas, al tiempo en que observaba con curiosidad lo que se encontraba al otro lado de los barrotes. Siempre era igual; un montón de viejos con bata blanca trabajando en cosas que alguien como yo no podría comprender. Dejé salir un sonoro suspiro de cansancio, aunque nadie pareció siquiera notarlo.
Tardé en descubrir que la migraña insoportable que tenía ya se había esfumado. Pero no sabía cuanto tiempo había pasado desde el último experimento. En un lugar como ese, no se podía tener noción del tiempo. 
Ese día no me habían dado de comer, y si bien mi estómago rugía como bestia en toda su furia, nadie volteaba a ver siquiera. Inflé mis mejillas y me crucé de brazos, mientras todos ignoraban mi berrinche. Las horas pasaban y pasaban, y el oscuro tono que conformaba las ojeras, iba apareciendo de a poco bajo los ojos de esas personas que trabajaban sin dormir, hasta que comenzaron a dejar cerrar sus párpados y pegar pestaña en el laboratorio. Creo que yo era el único despierto en ese momento…

¿O quizá no?

Mis ojos se estaban cerrando, cuando el sueño al fin me llegaba, y recorría con la mirada por última vez lo que me rodeaba, antes de dormir. Todo era igual, excepto por un mísero detalle que no alcancé a notar antes. A lo lejos, se encontraba una interesante cápsula, rodeada de tantas máquinas que era difícil de distinguir. Mas aun así, no era eso lo que captaba mi atención… En realidad, lo que me interesaba era el hecho de que dentro de esta, hubiera cabellos, flotando en medio de un montón de líquido. Habían muchas máquinas, por lo que no llegaba a divisar más que un fragmento de aquello, pero era sin duda, algo que llamó mi atención. No pude mirarle mas, siendo que mis ojos se cerraron antes de echarle mas atención. Mientras dormía, en mi cabeza resonaban las palabras del destello en mis sueños…

“Tú no te has rendido aun”.


-M